Francisco Hinojosa
es de esas personas con actitud de genio y una apariencia preponderantemente distraída…
¿Qué es preponderantemente? La Real Academia Española define como un adjetivo
que se usa para especificar que algo prevalece o tiene cualquier tipo de
superioridad respecto a aquello con lo cual se compara.
Con una trayectoria
bastante larga y que contienen cuentos como “La peor Señora del Mundo” o “Manual
para educar a niños malcriados” clásicos del imaginario colectivo.
Hoy les presentamos una
divertida historia sobre detectives, una pequeña novela infantil… ¿Qué es la novela
negra? En palabras resumidas y no rebuscadas son las historias policiacas.
Parece un poco largo el cuento pero no lo es tanto, sólo son 100 párrafos y
sirve que practicamos nuestra numeración.
1. Agoté la
Constitución y el Código Civil. Como no encontré ninguna ley que lo prohibiera
me autonombré detective privado en una ceremonia íntima y sencilla.
2. Mandé imprimir
un ciento de tarjetas de presentación con un logotipo moderno que yo mismo
diseñé.
3. La sala de la
casa quedó transformada en una auténtica oficina de detective. Ordené mis
libros detrás del escritorio, en una vitrina que resté al mobiliario del
comedor, desempolvé un viejo sillón de familia para los clientes y dispuse el
carrito—cantina junto al escritorio.
4. Pagué un anuncio
en el periódico en el que ofrecía absoluta eficacia y discreción en toda índole
de investigaciones.
5. Renuncié por teléfono a mi trabajo en la
fábrica de clips. Mi jefe se lamentó: "Nos mete en un apuro, señor
Sanabria, nadie como usted conoce esta empresa. Es una lástima."
6. Me puse corbata
nueva y un saco sport, eché las piernas sobre el escritorio y me entregué a la
lectura del periódico en espera de la llamada de mi primer cliente.
7. A las dos y veinte de la tarde, después de
haber leído varias veces mi anuncio y de consumir todas las secciones, salí a
comer. Necesitaba un trago fuerte para reanimarme.
8. Al llegar al bar
colgué mi sombrero y mi gabardina en el perchero y pedí un escocés con agua
mineral y dos tortas. A la tercera mordida tuve una buena idea que me
permitiría auto-promoverme en el bar al tiempo que practicar algunas técnicas
de mi nuevo oficio.
9. Le mostré al cantinero la única fotografía
que llevaba en mi cartera. Un retrato reciente de mamá.
10. "No, señor", me dijo.
"Personas como ella no son muy frecuentes en este lugar. ¿Es usted de la
judicial?"
11. "Detective
privado", le contesté. "Es probable que esta mujer haya asesinado a
un hombre. Si la ve por aquí, no deje de avisarme." Le extendí mi tarjeta.
12. Al regresar a la oficina le llamé a mamá.
Mi hermana me dijo que había salido a surtir algunos pedidos de las bufandas
que tejía y que llegaría hasta la noche.
13. Hablé con mi
hermana lo indispensable para colgar y dejar así libre la línea del teléfono.
14. Contento de mi
buena actuación en el bar, me dormí con la esperanza de que el cantinero
pudiera turnar mi tarjeta a alguno de sus clientes con problemas matrimoniales.
15. Me despertó el sonido del aparato. Contesté
con la voz un tanto adormilada pero aún atractiva. Era Francisca, la hija de
María Elena, mi ex esposa. "Tom, necesito hablar contigo", me dijo.
"Es muy urgente." Le di cita al día siguiente por la mañana. Así
podría pensar bien en una excusa para no enviarle dinero a María Elena.
16. A las ocho menos doce, luego de contemplar
pacientemente la quietud del teléfono, decidí volver al bar. Un detective serio
y analítico, pensé, no debería desesperarse tan pronto.
17. Me sentí un estúpido cuando le pregunté al
cantinero "¿Nada nuevo, amigo?" "No, señor. En absoluto." Y
me sirvió un martini seco en vez del escocés que le había pedido.
18. Preferí tomarme ese perfume y no reclamar.
Mostré la fotografía de mamá a un hombre que bebía junto a mí en la barra.
19. Cuando supo que yo era detective se interesó
más por la fotografía. Pero a pesar de los esfuerzos que hizo por repasar
mentalmente todos los rostros que alguna vez había visto, no reconoció a mamá.
20. "¿Qué ha hecho?", me preguntó.
"Homicidio", respondí. Intercambiamos tarjetas de presentación. Se
llamaba Cornelio Campos, representante de una compañía farmacéutica.
21. Por la noche soñé que mamá entraba al bar,
sacaba de su bolsa una ametralladora y acribillaba al cantinero. En respuesta,
Cornelio le arrojaba una botella de whisky que se estrellaba en su blanca
cabellera.
22. En el momento en que comprobaba que mi
anuncio había vuelto a aparecer en el periódico llamaron a la puerta. Era
Francisca.
23. Me había propuesto recibir a mi ex hijastra,
a quien no veía desde hacía cinco años, con la mayor indiferencia de la que
fuera capaz. Pero fue imposible: había dejado de ser una chiquilla de quince
años para transformarse en una mujer atractiva y bien dotada.
24. Tuve que disculparme e ir al baño para
ruborizarme sin que ella se diera cuenta.
25. "Tom, no sabes la sorpresa que me dio
encontrarme con tu nombre en el periódico." "¿Te gusta leer los
anuncios clasificados?", le pregunté con horror. "Oh, no, Tom. Déjame
contarte..."
26. Me dijo que su novio había muerto la semana
pasada. Según la versión oficial se había suicidado y según la suya lo habían
asesinado. Le pregunté con tono escéptico cuáles eran las razones que tenía
para sospechar algo tan delicado.
27. "En primer
lugar, Chucho no se hubiera suicidado: íbamos a casarnos en agosto. En segundo,
él tenía una pistola, no había razón para matarse con un puñal. Y en tercero,
Chucho me había confiado unos días antes que alguien lo había amenazado de
muerte..."
28. Sus sollozos me
conmovieron. Cuando por fin pudo calmarse tras un largo vaso de escocés,
terminó de contarme algunos detalles importantes para la investigación, me dio
una fotografía de su ex novio, con el rostro un tanto escondido por un saxofón,
y me hizo una lista de las personas con las que tenía relaciones estrechas.
29. Se despidió de
mí con un beso que no llegó a hacer contacto con mi mejilla y salió sin que
habláramos antes de mis honorarios por conceptos profesionales.
30. Como de alguna
manera tenía que empezar las investigaciones, y sin dinero eso era imposible,
tuve que llamarle a mamá para pedirle un préstamo a corto plazo.
31. —Por supuesto,
hijo, puedes pasar por él cuando quieras—. Me reclamé a mí mismo las ofensas
que le había hecho a su imagen. Guardé la fotografía bajo el cristal de mi
escritorio.
32. Elegí al azar
un nombre de la lista que elaboró Francisca. Como la casa del señor Ardiles,
padre del finado, estaba muy lejos de mi oficina, decidí hacer una escala en el
bar para pensar en las preguntas que le haría.
33. El cantinero
miró detenidamente la fotografía de Chucho. "¿Es la víctima?"
"Por supuesto", le respondí con malicia. "No, no creo haberlo
visto por aquí. ¿Por qué cree usted que toda la gente de la ciudad viene a este
bar? Podría intentar en otros..." Asentí con la cabeza y apuré los dos
tragos que me restaban: uno de escocés y el otro de caldo de camarón.
34. El colectivo
que me llevó hasta la casa del señor Ardiles tardó casi una hora en llegar.
Desde que lo vi lo borré de la lista de sospechosos, pues podría tener cara de
ladrón, de violador o de dentista, pero nunca de filicida.
35. "No sé por
qué se le ha metido esa idea en la cabeza a Francisca", me dijo.
"Chucho era un chico solitario, nervioso y con tendencia a la depresión. Su
suicidio, en verdad, no me sorprendió tanto como a su madre o a sus
amigos."
36. Joaquín Junco,
dueño de la miscelánea La Zorrita: "Yo también creo que lo mataron, porque
ese muchacho no es de esos que andan suicidándose así porque sí. Prométame que
si agarra al hijo de puta que lo mató me va a avisar para que yo le ponga una
buena madriza."
37. Georgina
Mondragón, ex novia de Chucho: "Pobre Gordito, era tan bueno... Yo no creo
que se haya suicidado ni que lo hayan matado."
38. Lucho Romo,
amigo de la infancia del occiso y batería del grupo de jazz: "Pinche
Chucho, yo creo que se aceleró. Le voy a decir la neta, míster Sanabria: se
agarró la puñalada porque ya no lo estaban surtiendo, ¿me entiende?" Por
supuesto que no le entendí una sola palabra. Todo lo que me dijo eran puras
incoherencias. Pobre chico.
39. Casi era medianoche cuando llegué a recoger
el dinero a casa de mamá. Ella no estaba, como ya era su costumbre; me había
dejado un fajo de billetes con mi hermana. Nunca pensé que las bufandas le pudieran
dejar tanto. Decidí tomar sólo uno de a cinco mil.
40. Eché las piernas sobre el escritorio y me
puse a revisar mi libreta de apuntes. Aún no tenía ninguna pista concreta. El
único comentario que me preocupaba era el de Georgina Mondragón: quizá fuera
cierto que no se trataba de un suicidio o de un asesinato. Un accidente, por
qué no.
41. De pronto me sentí incapaz de resolver el
caso. Tuve que empujarme lo que sobró de la botella de whisky para quedarme
dormido.
42. Al despertar, Francisca estaba frente a mí,
con una taza de café en una mano y con mi correspondencia en la otra. Su
atuendo era una provocación clara, definida, victoriosa. "Perdona que haya
entrado así a tu casa, Tom. La puerta estaba abierta..."
43. Después de
afeitarme y vestirme volví con Francisca. Me esperaba sentada en mi escritorio,
con otra taza de café en las manos y con un cigarrillo en la boca.
44. "Ayer por la noche", empezó,
"recibí un telegrama. Es la prueba de que no estoy loca, de que Chucho fue
asesinado. Tengo miedo, Tom, mucho miedo.
45. LAMENTABLE SUICIDIO (PUNTO) NO QUEREMOS OTRO
SENSIBLE ACAECIMIENTO (PUNTO) MANOLA.
46. "No tengo idea de quién pueda ser esa
Manola, Tom. Debes creerme. También a mí me quieren matar y no sé por qué, de
verdad..."
47. Apagué su llanto con un poco de brandy que
sobraba en la licorera. Guardé el telegrama y le pedí a Francisca que se
quedara en la oficina porque podía ser peligroso que estuviera sola en la
calle. La ofrecí mi biblioteca.
48. Antes de pasar a Telégrafos decidí darme una
vuelta por la casa de la mamá de Chucho. Durante el trayecto del taxi no pude
quitarme de la cabeza la figura de Francisca. Era adorable.
49. Tuve una repentina corazonada que me llevó a
aventurar un comentario: "Señora Pereira", le dije, "un amigo de
su hijo, un tal Lucho, me insinuó que a su hijo no lo surtían. ¿Tiene idea de a
qué se refería?"
50. "Chucho era bueno, señor Sanabria,
créamelo. Reconozco que tenía ese pequeño defecto. Pero lo que lo estaba
hundiendo no eran las pastillas. El verdadero problema era que él servía de
intermediario entre sus amigos y los vendedores de la mercancía, ¿me
explico?"
51. Por supuesto que se explicaba. Ya había
tenido la sospecha de que existía algo turbio en el caso: drogadicción,
narcotráfico, farmacodependencia. Sabía que algo tenía aquel rostro oculto tras
el saxofón.
52. La señora
Pereira no pudo darme ninguna pista más. Al despedirme la vi tan afligida que
preferí dejarle mi tarjeta en la mesa del recibidor.
53. El empleado de Telégrafos se rió de mí cuando
le dije que era detective privado y que estaba buscando a la persona que había
escrito el telegrama. "Usted cree que yo me dedico a leer las pendejadas
que escribe la gente. Pues se equivoca, amigo, yo sólo cuento palabras y cobro
el importe."
54. Lo amenacé de complicidad en el homicidio si
no cooperaba, pero solamente logré que me despidiera con un par de altisonantes
insultos, a los que no respondí por ética profesional.
Crimen en un café
de Av. Hidalgo/ Hermanos Mayo/ AGN/ 1946.
55. Paré en el supermercado para comprar una
botella de whisky y dos órdenes de paella preparada.
56. Al entrar en mi
oficina, Francisca no hizo siquiera el intento de bajar las piernas de mi
escritorio. La sorprendí leyendo mi correspondencia.
57. Nos miramos a los ojos un largo minuto sin
decir palabra. Por fin me acerqué a ella, le arrebaté la carta que había
violado, tomé su bolso y lo vacié sobre el escritorio.
58. Un bilé, un
bolígrafo, un monedero, un cepillo atiborrado de cabel1os rubios, un estuche de
kleenex, un par de medias nylon, dos limones y un frasquito con pastillas rojas
y amarillas.
59. "No contaba con que tú me
mintieras", le reclamé. "Será mejor que empieces por decirme a quién
compraba Chucho esas porquerías."
60. Por fin se dignó bajar las piernas de mi
escritorio y corrió a abrazarme con todas sus fuerzas. Mi debilidad de ex
padrastro ayudó a que el enojo se transformara en compasión. "Tengo miedo,
Tom. Si fueron capaces de matar a Chucho, también lo harán conmigo. No dejes
que me maten, por favor, Tom, no dejes que..."
61. Luego de estrenar la botella de whisky la
recosté en el sillón de los clientes y le prometí no menos de una docena de
veces que no la iban a matar mientras yo viviera. "No te preocupes,
pequeña, Tom te va a proteger. Sólo necesitas ser buena y decirme a quién le
compraba Chucho esas pastillas."
62. "Lo
acompañé varias veces con el vendedor. Le dicen Richard y, si las cosas no han
cambiado, se le puede encontrar entre las cuatro y las cinco de la tarde en un
bar llamado La Providencia. Es un hombre gordo, canoso, arrugado. Siempre usa
botas vaqueras y tirantes. Es peligroso. No dejes que te mate."
63. Cuando por fin
la pude dejar dormida sobre el sillón de los clientes llamaron por teléfono.
Era el cantinero. Dijo que la persona a la que yo buscaba se encontraba en esos
momentos en su bar.
64. "¿Mamá en un bar?", me pregunté.
65. El parecido
físico era sorprendente, lo reconozco, pero quienquiera que conozca a mamá no
podría confundirla con semejante vulgaridad de señora. El cantinero resultó ser
un poco miope en lo que se refiere a las almas humanas.
66. Sin embargo, me vi obligado a seguir el juego
detectivesco para atraer a futuros clientes. La conversación con ella fue
difícil, ya que Cornelio y el cantinero me observaban atentamente, como si de
un momento a otro yo fuera a ponerle esposas a la señora y a leerle sus
derechos.
67. Quizás fue el
aburrimiento que me causaba la situación lo que me llevó a practicar la misma
técnica que utilicé con mi ex hijastra y que tan buenos resultados me dio.
68. Con un
movimiento brusco, intenté vaciar su bolso sobre la mesa. Pero, por una
reacción contraria a la que tuvo Francisca, la sospechosa me estrelló en la
cabeza su asqueroso vaso de vodka antes de que sus efectos personales
terminaran de hacer contacto con la mesa. En cuanto me di cuenta de mi error y
traté de defenderme, la señora me remató con un cenicero en la nariz que me
nubló la vista.
69. Al volver en mi, Cornelio intentaba darme un
trago de cerveza. "No pudimos detenerla, señor Sanabria", se disculpó
el cantinero. "Estaba tan furiosa que bien hubiera podido enfrentarse con
un ejército. Ya lo creo que debe tratarse de una asesina peligrosa."
70. "No se preocupen", calmé a mis
afligidos interlocutores. "El verdadero asesino se encuentra en eso
momentos en un bar llamado La Providencia."
71. Cornelio se ofreció a acompañarme. Tenía un
Ford cincuenta y tantos que amenazaba con dejarnos en cada esquina. Por el
camino le platiqué lo poco que sabía acerca del tal Richard.
72. "No tenga
miedo, mi detective —me animó—, llevo conmigo una navaja y sé muy bien cómo
usarla." Tuve que mentirle: le aseguré que yo llevaba un revólver en la
bolsa del saco.
73. A las cuatro y media llegamos a La
Providencia. Ningún tipo, de los pocos que había en el bar, se parecía a la
descripción que Francisca me dio de Richard. Ordenamos dos cervezas.
74. Mientras
esperábamos el arribo del homicida, Cornelio se dedicó a platicarme la historia
de su vida. Después de convencerme de que era todo un experto en el manejo de
diversas armas, desde una escopeta hasta la soga, me confesó que había pasado
varios años en la cárcel por haber intentado ahorcar a su esposa.
75. Empezaba a exponer las razones que lo
llevaron a su frustrado intento conyugicida cuando descubrimos a Richard, con
sus botas vaqueras y sus tirantes. Bebía tequila y cerveza en una mesa contigua
a la nuestra.
76. Para impedir que tuviera tiempo de escaparse
o de que él nos atacara primero, se me ocurrió un brillante plan, que le confié
a Cornelio en secreto.
77. Con el pretexto de una supuesta ebriedad, mi
compañero y yo nos subimos a la mesa con la intención de bailar el chachachá
que retumbaba en el bar, pero en vez de marcar el paso saltamos felinamente
sobre nuestro hombre.
78. Cornelio lo apresó del cuello y yo de la
cintura. Richard no tuvo tiempo siquiera de tragar el sorbo que le había dado a
su tequila.
79. "Te estamos apuntando con
pistolas", le dije al verlo cegado por la sorpresa. "Un solo
movimiento en falso y no dudaremos en atravesarte las tripas, cerdo."
80. Con voz serena, grave, inteligente, dije a
todos los que se encontraban en el bar que éramos de la policía y que les
pedíamos, a excepción de los empleados, que salieran de allí cuanto antes.
81. Luego obligué a Richard a que mantuviera las
manos sobre el piso mientras lo registraba. Encontré una 38 especial en la
bolsa del saco y una 45 en la parte trasera del pantalón. Le pasé a Cornelio la
de menor calibre.
82. "Ahora vas a ser un buen chico —hostigué
al viejo— y vas a salir con nosotros. Si intentas escapar, despídete para
siempre de tus tequilas." Al salir del bar tiré sobre la barra uno de a
mil.
83. Me incomodaba un poco la docilidad del tipo,
pues todo lo que le pedía lo acataba sin reparos. Lo subimos al Ford y, antes
de interrogarlo, le dimos un paseo por calles solitarias.
84. "No somos amigos —acometí—, de eso
puedes estar muy seguro. Estás acusado de homicidio, con los tres agravantes, y
de narcotráfico y corrupción de menores. Y no te vamos siquiera a leer tus
derechos." "No tienen ninguna prueba contra mí —se defendió—, yo no
he matado a nadie, de verdad..., yo no fui."
85. "Fue Teté", se burló con mal estilo
Cornelio. "En estos momentos, Richard, te vamos a llevar a un pequeño
cuartito donde se encuentran reunidos todos los amigos de Chucho, ¿lo
recuerdas, cariño?", volvió a arremeter Cornelio con evidente vulgaridad,
aunque no sin una cierta sutileza en su amenaza que me dejó satisfecho.
86. "Les repito que yo no maté al muchacho y
que no existe ninguna prueba contra mí. Pueden hacerme lo que quieran: no
escupiré nada." Después de darle a Richard un fuerte codazo en las
costillas, Cornelio arrancó su destartalado e inofensivo Ford.
87. A fuerza de bofetadas Richard se ablandó y
nos propuso un trato: nos llevaba con Manola, la verdadera asesina y jefa de la
organización de narcotráfico, a cambio de su libertad. Le contesté que lo
máximo que podía ofrecerle era dejarlo suelto después de atrapar a la tal
Manola. En adelante, él tendría que defender esa libertad.
88. "Excelente, mi detective,
excelente", dijo con evidente admiración Cornelio, ansioso de entrar en
acción y demostrarme su habilidad en el uso del cuchillo. Pronto lo
desilusioné.
89. "Quizás necesitemos refuerzos para
entrar en casa de Manola. No sabemos cuántos hombres puedan estar allí
esperándonos. Pero no te preocupes, eso yo lo soluciono. Tengo un amigo en la
policía. Tú cuida a Richard mientras yo le llamo por teléfono.
90. El comandante Cipriano Herrera había sido
durante algún tiempo el detective de la fábrica de clips. Un día lo salvé de
que lo despidieran por quedarse dormido. Desde entonces prometió pagarme el
favor. Cuando le dieron su nombramiento en la Policía me llamó para ponerse a
mis órdenes. Marqué su número.
91. "¿Dónde puedo encontrarte, Tomás?"
"Estoy en la esquina de La Paz y Revolución. Conmigo está el soplón y un
amigo que ahora le apunta con la pistola." "Tardaré unos quince
minutos —me dijo—, espérame allí."
92. Le llamé también a Francisca para pedirle que
se reuniera con nosotros y pudiera así ver el desenlace del caso que me había
comentado.
93. En el Ford, Richard se encontraba con las
manos fuertemente amarradas con una corbata. Cornelio le picaba las costillas
con su navaja: "Trató de escaparse, Tomás, pero a mí ningún cerdo me
engaña. ¿O no es cierto, Ri—car—do?", le dijo al acusado despectivamente.
94. Primero llegó
Francisca, que me besó cálidamente la mejilla, y un poco después Cipriano en un
Mercedes viejo sin placas. Me abrazó con tal fuerza que cualquiera hubiera
pensado que éramos dos hermanos que acababan de reencontrarse después de una
guerra.
95. Jaló de los cabellos a Richard y lo metió en
su Mercedes, donde lo esperaban otros tres hombres con sus respectivos rifles.
"Hace varios años que estamos buscando a Manola. Así es que el favor, en
realidad, me lo has hecho tú a mí. Ya sabré cómo pagártelo."
96. Nos dirigimos hacia el sur hasta el pueblo de
Tlalpan, justo en la zona en la que pasé una buena parte de mi infancia y mi
adolescencia.
97. Me vinieron a la mente las cascaritas que
jugábamos de niños contra un equipo de la avenida. ¡Qué épocas!
98. Al detenerse el Mercedes, el primero en bajar
fue Richard, seguido por las cuatro espaldas de la Policía. Y tras ellos,
nosotros: Cornelio, desafiante, y Francisca, temerosa, bajo mi hombro.
99. Yo creo que nunca había sentido latir mi
corazón tan aceleradamente. Y no era por la emoción que significaba acercarme
con éxito al término de mi primer trabajo como detective, sino por la sorpresa
que el destino me tenía reservada.
100. Al abrirse la
puerta de la casa señalada por Richard, mis ojos se llenaron de lágrimas al
mismo tiempo que Cornelio gritaba jubiloso: "Es ella, Tomás, la de la
fotografía. ¡La encontramos!"