En un lugar no muy lejano ni muy desconocido....
Un señor cualquiera
se despierta y arranca el día a toda prisa. Hace lo típico, lo que quizá todos
los humanos hacen al despertarse: asearse, vestirse, comer y salir al trabajo.
Dependiendo
en lo que trabaje será el tiempo libre que tiene, así que supongamos que es un
oficinista que apenas tiene unos segundos para mal comer un emparedado.
Tras una
larga jornada se dirige a su hogar, con la cabeza cansada y el caminar
taciturno (es decir silencioso), llega a su casa y tal vez tiene ganas de jugar
con su hijo (ese hijo podemos ser todos) pero como ya es tarde, lo encuentra
dormido.
Y pueden
pasar los días y los meses y es la rutina, pero entonces aparece un día que
hasta cliché y consumista de origen es: el día del amor y la amistad o de San
Valentín, y en su oficina organizan un convivio y sale temprano y llega a su
casa y encuentra a su hijo despierto y le dice (a lo mejor cobijado por la
efervescencia del día) que lo quiere mucho y que si quiere jugar un rato.
Pasan una
tarde de maravilla jugando con cierta holgura, y a lo mejor muchas personas al
mismo tiempo les sucede lo mismo, y habrá muchas a las que no, pero también existirán
muchas situaciones parecidas pero diferentes, el amigo que le dieron el día y
te llama, el convivio escolar que permite jugar más con todos; es ahí cuando
vemos que todas las tradiciones tienen dos miradas ocultas.
Así que
Feliz día de San Valentín o del amor y la amistad, más tarde la historia.