El mundo de la
magia y la imaginación quizá no sería como lo conocemos hoy día sin la
construcción de mundos y personajes fantásticos creados por Hans
Christian Andersen.
Algunas de sus historias
narran las siguientes situaciones:
Un pato acomplejado por sus compañeros busca su
esencia en todos lados menos en él, hasta que ayudado de la naturaleza se
descubre como lo que es: un cisne.
Un soldado de plomo que
enfrenta con gran valor todos los peligros que un juguete tiene que sortear,
desde envidiosos compañeros hasta peces voraces, hasta que logra materializar
el amor que siente por una muñeca bailarina al fundirse con ella.
Un emperador necio y
caprichoso que aprende de manera muy divertida que no es correcto despreciar
las opiniones de otros, al ser embaucado por vivales mercaderes con un traje
invisible
Algunas
de sus historias han sido adaptadas a diversas manifestaciones como el cine u
obras de teatro. Y algunas de sus ideas han influenciado a temáticas de
productoras como PIXAR, un ejemplo claro es el final de Toy Story 3, cuando los
muñecos parece que van a terminar fundidos.
Este
magnífico autor murió el 4 de agosto de 1875 y en Puebla Niños te compartimos
un cuento poco conocido:
Dentro de Mil años
Sí, dentro de mil años la gente cruzará el océano,
volando por los aires, en alas del vapor. Los jóvenes colonizadores de América
acudirán a visitar la vieja Europa. Vendrán a ver nuestros monumentos y
nuestras decaídas ciudades, del mismo modo que nosotros peregrinamos ahora para
visitar las decaídas magnificencias del Asia Meridional. Dentro de mil años,
vendrán ellos.
El Támesis, el Danubio, el Rin, seguirán fluyendo aún;
el Montblanc continuará enhiesto con su nevada cumbre, la auroras boreales
proyectarán sus brillantes resplandores sobre las tierras del Norte; pero una
generación tras otra se ha convertido en polvo, series enteras de momentáneas
grandezas han caído en el olvido, como aquellas que hoy dormitan bajo el túmulo
donde el rico harinero, en cuya propiedad se alza, se mandó instalar un banco
para contemplar desde allí el ondeante campo de mieses que se extiende a sus
pies.
-¡A Europa! -exclamarán las jóvenes generaciones
americanas-. ¡A la tierra de nuestros abuelos, la tierra santa de nuestros
recuerdos y nuestras fantasías! ¡A Europa!
Llega la aeronave, llena de viajeros, pues la travesía
es más rápida que por el mar; el cable electromagnético que descansa en el
fondo del océano ha telegrafiado ya dando cuenta del número de los que forman
la caravana aérea. Ya se avista Europa, es la costa de Irlanda la que se
vislumbra, pero los pasajeros duermen todavía; han avisado que no se les
despierte hasta que estén sobre Inglaterra. Allí pisarán el suelo de Europa, en
la tierra de Shakespeare, como la llaman los hombres de letras; en la tierra de
la política y de las máquinas, como la llaman otros. La visita durará un día:
es el tiempo que la apresurada generación concede a la gran Inglaterra y a
Escocia.
El viaje prosigue por el túnel del canal hacia
Francia, el país de Carlomagno y de Napoleón. Se cita a Molière, los eruditos
hablan de una escuela clásica y otra romántica, que florecieron en tiempos remotos,
y se encomia a héroes, vates y sabios que nuestra época desconoce, pero que más
tarde nacieron sobre este cráter de Europa que es París.
La aeronave vuela por sobre la tierra de la que salió
Colón, la cuna de Cortés, el escenario donde Calderón cantó sus dramas en
versos armoniosos; hermosas mujeres de negros ojos viven aún en los valles
floridos, y en estrofas antiquísimas se recuerda al Cid y la Alhambra.
Surcando el aire, sobre el mar, sigue el vuelo hacia
Italia, asiento de la vieja y eterna Roma. Hoy está decaída, la Campagna es un
desierto; de la iglesia de San Pedro sólo queda un muro solitario, y aún se
abrigan dudas sobre su autenticidad.
Y luego a Grecia, para dormir una noche en el lujoso
hotel edificado en la cumbre del Olimpo; poder decir que se ha estado allí,
viste mucho. El viaje prosigue por el Bósforo, con objeto de descansar unas
horas y visitar el sitio donde antaño se alzó Bizancio. Pobres pescadores
lanzan sus redes allí donde la leyenda cuenta que estuvo el jardín del harén en
tiempos de los turcos.
Continúa el itinerario aéreo, volando sobre las ruinas
de grandes ciudades que se levantaron a orillas del caudaloso Danubio, ciudades
que nuestra época no conoce aún; pero aquí y allá -sobre lugares ricos en
recuerdos que algún día saldrán del seno del tiempo- se posa la caravana para
reemprender muy pronto el vuelo.
Al fondo se despliega Alemania -otrora cruzada por una
densísima red de ferrocarriles y canales- el país donde predicó Lutero, cantó
Goethe y Mozart empuñó el cetro musical de su tiempo. Nombres ilustres
brillaron en las ciencias y en las artes, nombres que ignoramos. Un día de
estancia en Alemania y otro para el Norte, para la patria de Örsted y Linneo, y
para Noruega, la tierra de los antiguos héroes y de los hombres eternamente
jóvenes del Septentrión. Islandia queda en el itinerario de regreso; el géiser
ya no bulle, y el Hecla está extinguido, pero como la losa eterna de la
leyenda, la prepotente isla rocosa sigue incólume en el mar bravío.
-Hay mucho que ver en Europa -dice
el joven americano- y lo hemos visto en ocho días. Se puede hacer muy bien,
como el gran viajero -aquí se cita un nombre conocido en aquel tiempo- ha
demostrado en su famosa obra: Cómo visitar Europa en ocho días.
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